Por Remolino de Colores:
No sé si era Noviembre o Enero, lo que sé es que era un atardecer que jamás voy a olvidar. Un atardecer en el que los rayos del sol me cantaban el fin del día con sus replandecientes luces de colores en tonos rojizos. Parecía ser ésta, una noche como cualquier otra, pero no, el destino tenía una nueva sorpresa para mi, no sé si es la más espeluznante o la mejor que me pudo ocurrir.
Las calles de la ciudad se iluminaban artificialmente con los postes de luz, la gente precipitaba sus pasos, unos en dirección a sus hogares, otros con dirección a alguna fiesta o algún bar y los últimos con dirección quizás quién sabe donde. Lo único que sé es que esa noche te vi a ti, tan agitada, tan asustada y agobiada, buscando, mirando, sin encontrar aquello que tanto ansiabas. Extraña como tú sola podías serlo, con la mirada perdida entre la multitud, entre la nada, entre esa noche tan oscura, pero que a pesar de ello al aparecer tu sombra, todo lo iluminaba. Tan misteriosa y tan simple a la vez, te acercaste sin dudarlo a preguntarme por una calle, por una casa, y una enumeración que jamás había escuchado. Eso que vivo en esta ciudad hace más de 20 años, no pude reconocer aquellas letras, aquellas palabras que para ti eran solo aflicción y a la vez tanta ternura. Tu abuelo había enfermado y lo habían enviado desde el sur a un hogar de cuidados intensivos... ¿por qué mandar a un anciano nacido y criado en el sur a un hogar de cuidados ubicado en Valparaiso en una calle desconocida, sin número ni testigo presente de su existencia?... aún busco la respuesta para ello...
Sostuvimos una larga conversación, mientras buscabamos aquella misteriosa dirección. Me contaste tu vida, yo te conté la mia, por supuesto uno cuenta sólo lo mejor para dar la mejor impresión a todos, creo que tú también lo hiciste. Nos dió el amanecer y todo era perfección y sonrisas, hasta que llegamos a aquella dirección que ya no era misteriosa, sino que pasaba a ser en este instante, una dirección ordinaria, en una calle ordinaria, en una ciudad ordinaria. Sin embargo, tú, si tú, jamás serás nada de eso, eres la luz de ese atardecer, el delirio de ese día que acaba agonizante entre las calles de mi ciudad querida. No te volví a ver nunca más, pero mi recuerdo te ve todos los días, en las calles perdidas, en esa casa-hogar que ya no existe y en lo más profundo de mis sueños.
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